lunes, 19 de julio de 2010

Un voto a la igualdad

Las dos cámaras del Congreso prestaron el escenario en la madrugada del jueves para que las organizaciones sociales y las distintas fuerzas políticas se conjugaran de un modo nuevo y original, con distintas formas de transversalidad que tienden a aislar a las corporaciones que condicionan al sistema institucional y a los sectores más retrógrados de los grandes partidos. Esto fue nítido en la sanción de la reforma a los artículos sobre matrimonio del Código Civil. Habrá que esperar para saber si lo que se vio en el firmamento de esa gélida madrugada fueron constelaciones estables o apenas estrellas fugaces.

 En el primer caso, el kirchnerismo puede jactarse de una victoria hacia afuera pero también hacia adentro de su estructura política. La obtuvo, como en los primeros años del mandato de Néstor Kirchner (la limpieza de la Corte Suprema de Justicia y de la cúpula militar, la anulación de las leyes de impunidad), o ya bajo la gestión de CFK (la recuperación del sistema previsional, la ley de servicios audiovisuales, la Asignación Universal por Hijo) por hacer propios los reclamos de minorías intensas de fuerte inserción en el entramado social. Vilma Ibarra (del Encuentro de Martín Sabbatella) y Silvia Augsburger (del socialismo), recogieron en sus proyectos, que luego se unificaron, la propuesta de extensión de derechos conyugales a todas las personas, presentada por una coalición arcoiris de organismos pro diversidad sexual.

En un reportaje con este diario en enero, Néstor Kirchner afirmó que se debía profundizar la igualdad de derechos civiles y “avanzar sobre temas que a veces son irritativos para ciertos sectores de la sociedad, en los que la restauración conservadora confronta con los que queremos transformar la Argentina” y aclaró que se refería a la universalización del matrimonio. La reforma fue votada por una mayoría variopinta que partió, en distintas proporciones, a los bloques principales en cada cámara.

Esto responde a un estado de opinión de la sociedad, a la acción inteligente y tenaz de las organizaciones que militaron para lograr su objetivo, con una dirigente fuera de lo común como María Rachid, de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (Falgbt), y a la decisión política del kirchnerismo, que asumió todos los riesgos con audacia. El diario estadounidense Washington Post afirmó que el alto índice de aprobación del matrimonio entre personas de igual sexo (del 70 por ciento) era una secuela de la lucha de los organismos de derechos humanos contra la dictadura. Pero ninguno de los gobernadores oficialistas se plantó frente a la extorsión clerical, con lo cual la aprobación de la ley transmite también un mensaje al interior partidario.

La calidad del debate fue pobre porque con pocas excepciones los defensores del statu quo repitieron en forma automática un par de consignas estereotipadas, lo cual dio lugar incluso a bloopers (para el engolado senador Guillermo Jenefes cada chico tiene derecho a tener “un mamá y una papá”) o afirmaciones cínicas (el senador Luis Viana dijo que en Misiones la inmigración produjo “chicos lindos, rubios y de ojos celestes”, por los que se pagan hasta 50.000 pesos, como si ese tráfico fuera obra de homosexuales a los que no debería facilitárseles el negocio). La diputada Elisa Carrió propuso suprimir del Código Civil la palabra matrimonio, que quedaría reservada para el sacramento católico, y ofrecer la “unión civil familiar para todas las parejas”. Carrió cree que esta capitulación ante los clérigos, que retrotraería la situación a 1887, cuando el único matrimonio era el religioso, sería “una opción superadora”. En cambio el presidente de la UCR, Ernesto Sanz, y el jefe del bloque, Gerardo Morales, sólo se tentaron por unas horas con esa extravagancia y terminaron votando la media sanción de Diputados, en línea con la tradición alfonsinista. Esto también muestra la incidencia de este debate dentro de la UCR: Sanz y Morales están cerca de Ricardo Alfonsín, menos sensible a las corporaciones que el vicepresidente Julio Cobos.

Dieron pena un periodista que acusó al gobierno de plantear con este tema una batalla cultural con la Iglesia Católica, y una actriz que amenazó con llevar a los tribunales a quien hablara de su hijo, a quien negó en vida, como si la homosexualidad fuera una vergüenza. A la senadora Hilda González de Duhalde no ha terminado de formársele el superyó, lo cual le permite decir que tiene un amigo homosexual y que hay derechos de las mayorías que son más urgentes.

Extracto de "La tienen adentro", por Horacio Verbitsky

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